jueves, 24 de enero de 2013

Asonada en el pueblo de Uchucmarca (Tradición Local).

Iglesia de Uchucmarca donde los hermanos Navarro,Dionisio y José María se atrincheraron

Autor: Julio Vega Navarro.
Los pueblos del interior del Perú se caracterizan por el apego a las tradiciones  y tradicional es el respeto y la veneración hacia los sacerdotes, sus naturales guías espirituales. Raro es el recuerdo de un levantamiento del populacho contra su cura.
Hacen cerca de doscientos años (por 1828 aproximadamente) hubo uno muy serio en Uchucmarca, Provincia de Bolívar, Departamento de La Libertad, República del Perú; con sus naturales consecuencias.
Su Señoría, el Doctor Vargas, Cura Párroco de Uchucmarca era oriundo de España, vivía en el convento al lado de la torre, acompañado de una mujer con  la cual convivía y según “hablillas del pueblo”, en ciertas ocasiones convertíase en mula y muchos la habían oído gemir bajo el acicate de un jinete que era el mismísimo demonio.
De hecho, la vida de tal párroco no era nada edificante y “daba pie a comentarios y mil conjeturas”; era comidilla de gente ociosa que siempre frecuenta la plaza. En suma, el párroco y su mujer y dos entenados, (la mujer tenía dos hijos, recios mocetones de dieciocho y veinte años respectivamente), no tenían ningún “ascendiente” en el pueblo. Así las cosas solamente faltaba prender la chispa para que arda la hoguera.
Una de las primeras acciones para la celebración de la fiesta del Patrón San Juan de Uchucmarca, o mejor diremos, como cuestión previa a la fiesta, el señor Gobernador ordenaba al aseo general del poblado, cada vecino en el sector frente a su vivienda y en cuanto a la plaza, templo y alrededores, lo hacía todo el pueblo con grandes escobas de tayanga,al compás de flautas y caja, con libaciones de aguardiente y realizaba en medio de la alegría y los comentarios sobre los preparativos de la mayordomía, mayorales y caporales.
El mismo señor gobernador en persona, vigilaba el estricto cumplimiento de esta disposición y costumbres “que venía” (5) de años “el destino” iba a cocinarles una “fiesta diferente”
El pueblo se veía hermoso con su plaza tapizada de verde pasto y su templo recién blanqueado. Todos había realizado la tares con espero, solamente dos forasteros, parados en la esquina de la torre, (ahora allí está el local del Municipio), miraban a los barredores, ajenos a la participación en el aseo. No faltó quién ordenó, por intermedio de un alguacil, que cogieras sus escobas y barrieran la plaza.
Los forasteros que no eran otros que los hermanos Dionisio y José María Navarro, le informaron al alguacil que no les placía obedecer la orden del gobernador; pues, ellos eran “de otro sitio” que “maldita la cosa”. No les hacía ninguna gracia la orden de su señoría. Ellos eran de “otro corral” y así quedaron riendo de su desacato.
A don Isidoro Alfaro que era el gobernador de marras, se le subió la mostaza a las narices “al conocer el recado que le mandaban los Navarro y el mismo en persona quiso darles escarmiento delante del pueblo.
En aquellos tiempos la palabra de cualquier autoridad era sagrada y se respetaban sus disposiciones, así no estuvieran escritas.
-A ver, caballeros, ¡a barrer se ha dicho! Que lo requiere el Patrón San Juan y lo ordena el gobernador Alfaro.
-Pues señor gobernador, sepa usted que ni nosotros somos barredores, ni estamos acostumbrados a recibir órdenes de nadie ¡Que barran los cholos!. Tamaña respuesta era ofensa sin nombre y sobre todo, delante de tanto comunero. Lívido de ira, don Isidoro, recio hombre de unos cuarenta años, asentó dos varazos a Dionisio, que a pesar de la provocación, no creyó le infirieran tal ofensa, ya que como español se sentía muy superior en este pueblo de indígenas.
Desenfundó el puñal y con rapidez dio un tajo que, instintivamente esquivó “a medias”, el gobernador. Digo a “medias” porqué la puñalada le sacó de cuajo la oreja derecha, en medio de un reguero de sangre.
A esta altura de los acontecimientos, los curiosos habían hecho ruedo a los actores de la sangrienta escena. Alguien, con presteza subió a la torre y tocaba las campanas a rebato. La muchedumbre se agolpó en defensa del gobernador y contra los forasteros, los que defendiéndose retrocedían por las gradas del convento, (allí está edificada ahora la Escuela de Mujeres)
Ante tal algazara y teniendo pleno conocimiento de los hechos, el cura Vargas sacó una pequeña efigie de Nuestro Señor crucificado, que era de yeso. Con lágrimas en los ojos, el Vicario de Cristo rogó pidiéndoles la paz, pero al ver que era en vano, optó por encerrarse en el convento con su mujer y trancar la puerta.
Mientras tanto los hermanos Navarro se batían como leones. José María Navarro, mozo de fuerzas nada comunes, cogió al más atrevido, un tal Manuel Untul, hizo con él un molinete “y desparramó  gente”. Dionisio blandiendo un puñal los mantenía a respetable distancia.
Optaron por tomar poco a poco la bajada de Shotóbal, perseguidos por una “verdadera jauría humana”, lograron escapar a Cruzpata, (ahora Púsac) y Huanabamba. Allí estaba el Marañón, esa barrera que “separa los dos mundos”, pero temiendo ser muertos a traición durante la noche, se aventuraron a vadear el río. José María, logró pasar, a Dionisio “lo tragaron las turbulentas aguas”.
Mientras tanto el cura y su mujer estaban sitiados en el convento. A media noche salieron por un forado hecho en la pared que era de piedras, con la ayuda del sacristán Marcos Mestanza , natural de Cajamarca, y huyeron.
A la luz “de la luna verde” (luna nueva), desde la loma de Pualán, el cura se arrodilló, maldijo al pueblo y en especial a los Alfaro, culpándoles de sacrilegio. Luego siguió a pie hasta Cajamarquilla (ahora Bolívar) y de allí a Parcoy (Pataz) sentando formal denuncia de los hechos.
Después de algunos meses, llegó a Uchucmarca un destacamento de soldados al mando de un capitán. Se hizo un atestado con las averiguaciones sin encontrar a los principales incitadores de estos sucesos; se embargó todos  los bienes de los  acusados. Solamente con el ganado vacuno se llenó la plaza. Con  este botín de guerra se llevaron todo lo que pudieron en las mismas acémilas decomisadas.
Cómo epílogo, los Alfaro se extinguieron en la miseria. Doña Mariquita Alfaro, opulenta en otro tiempo, vivía de la caridad del “prójimo”, era una enajenada mental. Sus penas terminaron al morir embestida por un carnero furioso.
Y después dicen que las maldiciones no se cumplen…
¿ y don José María Navarro?, llegó a Huamachuco después de mil peripecias.
Tiempos después murió en un duelo que tuvo con un capitán; él se batía con un puñal y el militar con espada.




Julio Vega Navarro.

Nota:- Julio Vega Navarro (Uchucmarca 1924) es profesor,escritor y poeta y una de las figuras representativas de las letras del distrito de Uchucmarca y de la Región La Libertad y del Perú.




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