viernes, 31 de octubre de 2008

El Patrón San Juan Bautista de Uchucmarca


Autor :Julio Vega Navarro
Al establecerse los españoles en el Perú, lo nombres castellanos se difundieron con rapidez, tanto en la Antroponimia como en la Toponimia.
Muchos pueblos tomaron el nombre de santos haciéndolos sus patrones"'. Los santos más populares fueron los apóstoles, en especial los evangelistas.
Lugares cercanos a Uchucmarca son San Pedro de Chuquibamba, San Miguel de Leymebamba, San Antonio de Chibul, San Juan de Llama, San Salvador de Cajamarquilla, La Virgen del Carmen de Longotea, etc.
El patrón de Uchucmarca es San Juan Bautista, el Precursor del Mesías. Así reza esta denominación en muchos documentos y en una décima que aún se conserva en el frontis del templo edificado en 1692, como lo hiciera un nieto del Encomendero don Juan Pérez de Guevara, Capitán de don Alonso de Alvarado, en la conquista de los Chachapuyas. No conocemos la razón para darle este nombre pero creemos que sería la de perennizar el nombre del Encomendero.

Tampoco hemos logrado averiguar el origen de la efigie del santo, ni el artífice que lo hizo. Solamente, se sabe de las grandes celebraciones y júbilo de las fiestas en su honor, desde lejana época, hasta el año de 1925, todavía.
El patrón San Juan está representado por una efigie de madera, un poco basto en su factura y hasta la fecha se encuentra en una hornacina del retablo lateral del templo.
Los relatos de la celebración de su fiesta, el 24 de junio de cada año, hemos podido recogerlos de personas con más de ochenta años de edad que vieron y gozaron de dichos acontecimientos, cuando «había verdadera devoción».
Al iniciarse el mes de junio ya todo el pueblo vivía la expectativa de la cercana fiesta. El mayordomo que era personaje principal de ella había sido designado el año anterior, teniendo en cuenta sus cualidades de «principal» buen católico, con solvencia económica y moral; ordenaba matar la mejor vaca de su ganadería, de cuya carne se prepara el «salpicón» que era repartido en mates y lapas acompañado del «papucho» mote, cancha en manteca, gallina y cuyes, amén de una buena jarra de chicha «madura».

Cada persona que recibía estas viandas se apersonaba a casa del Mayordomo con la finalidad de averiguar el porqué de tal agasajo. De esta manera el mayordomo escogía sus ayudantes y colaboradores: a unos solicitaba una vaca, a otros cameros, gallinas, cuyes; a aquel, «bestias» (9) para el acarreo de leña y de «verduras del temple» y de los «noques»"1' de cañazo o de guarapo. También en esta ocasión se escogía a quienes proporcionarían las «pallas», los «danzantes y las mogigangas»; los encargados del arreglo del templo, de contratar a la Banda de Músicos, la «trapisonda». Además había grupos de ayudantes especiales llamados «muñidores». En fin, todo era preciso en el mínimo detalle. La participación de esta manera era de casi todos los habitantes del poblado y los encargos eran recibidos con mucha satisfacción. Debían cumplir fielmente, so pena de castigo de Taita San Juan.

Antes de comenzar la Novena y por orden del Gobernador todos los hombres del pueblo armados con sendas escobas de «tayanga» barrían la plaza. El aviso lo daba un campanero desde la torre principal «echando al vuelo las campanas». Un grupo de músicos con flautas, quenas y tambores animaba a los barredores y un muñidor repartía chicha «guarapeada». Ello hacía crecer el entusiasmo, los chistes, los comentarios sobre las cosechas, crianza del ganado y la ayuda que recibirán del Patrón San Juan.
Mientras tanto, un grupo de mujeres desempolvaba los santos les «mudaba» la ropa y aseaba el templo. De esta manera todo quedaba listo para la fiesta. Esta principiaba el día 16 de junio por la noche con el inicio de la Novena. Cada día tenía sus responsables o novenantes, se encargaban del adorno del templo, del alumbrado o sea del «velatorio» y de la atención de todas las personas asistentes. El que dirigía los rezos era el fiscal cuando todavía no llegaba el sacerdote, eso dependía de las gestiones hechas, con la debida anticipación, por el mayordomo.

Cuando llegaba su «ilustrísima», era recibido con banda de músicos, cohetes y arcos desde Machinapampa, cuando venía de Cajamarquilla y desde Gobalín, si viajaba de Balsas o Chuquibamba. Los principales, las Autoridades y el Mayordomo encabezaban el recibimiento.
Desde el inicio de la Novena las puertas del templo permanecían abiertas y las velas y «candiles» ardían permanentemente.

Las autoridades y el Tesorero de San Juan disponían el nombramiento del Inspectores encargados de cuidar el orden, de esta manera: ocho inspectores por la Gobernación; dos, por el Juzgado de Paz; seis por el Municipio.
Los inspectores usaban sendas varas «para hacerse respetar» y reprimir cualquier acto impropio para la fiesta.
El veintitrés por la noche el sacerdote oficiaba la misa solemne del templo, en el atrio y en los alrededores al son de la música, estallidos de bombardas y repique de campanas. Todos lucían ropa nueva, especialmente las autoridades y los «principales», muchos a la usanza española; es decir, con jubón y capa.
Después de los rezos de la Novena se especiaba «la cordelada» en el atrio del templo; ya en la plaza, las mogigangas con sus chanzas y «morisquetas», agrupaban buen número de gentes, en general a los jóvenes y muchachos. Por otro lado las «pallas» danzaban y «echaban versos» recibiendo por ello monedas de plata. Estos actos se prolongaban hasta altas horas de la noche. Poco tiempo para descansar, apenas se dormitaba un poco porque a las cinco de la mañana una comisión integrada por las autoridades, «en persona», recorría el poblado levantando a los retrasados para la misa de ALBA. Los alberos no habían dormido preparando todo lo necesario para la celebración de la misa del Día: nuevo arreglo del templo, preparación de las Andas y Velatorio.

La gente llegaba de las estancias, jalcas y vaquerías y todos oían muy contritos la misa y el sermón de su ilustrísima. Las pláticas, generalmente versaban sobre la misión de San Juan como precursor del Mesías; de la suerte de Uchucmarca de tener a tal santo patrón; encarecía ser firmes en la fe para alcanzar los dones de Dios; buenas y abundantes cosechas, mucho ganado, paz y felicidad.

El templo lucía adornado con las mejores piezas de tela, finos ponchos y frazadas y el piso con alfombras, a ésto se le llamaba la TRAPISONDA.
Después de la misa, mientras un grupo de caballeros arreglaba las andas para la procesión, otro grupo de «caballeros principales» ejecutaba, en la plaza, el baile de «las espadas», consistente en una especie de presentación caballeresca, dando vueltas y saludos y haciendo chocar los aceros de sus espadas. Se colocaban en filas de a seis, frente a frente. Nuevamente las pallas hacía su aparición frente a la Municipalidad, (donde está actualmente la Escuela de Varones, echaban versos a las personas principales:

La persona aludida en el verso o, «versado», como se decía entregada una moneda de plata a la palla, ésta la guardaba en una bolsita. Cuando tenían muchas iban haciendo sonar. Habían dos grupos de pallas; las pallas forasteras eran jóvenes hermosas vestidas con faldellín plisado y blusas de distintos colores, en el pelo llevaban cintillos también de variados colores y muchas flores. Se adornaban profusamente con aretes, collares, prendedores y anillos, (así salían a relucir las hoyas de la familia), otro grupo era el de las pallas, simplemente, igual adornadas y pulcramente vestidas, en verdadera competencia con las forasteras. Cada grupo tenía su «palla maestra» que dirigía los ensayos previos y las acciones durante la fiesta.

Después se iniciaba la procesión, los primeros cargadores eran las Autoridades, el Mayordomo y los principales, precedidos del sacerdote y el sacristán que portaba el saumerio o incenciario. El Tesorero, con un canastón de pétalos de flores los iba desparramando en la vía por donde iba a pasar el santo. La banda de músicos iba detrás de las andas. La procesión de fieles marchaba en dos filas bien ordenadas y a paso muy lento; el orden era controlado por los Inspectores y los alguaciles. Hubo ocasiones en que se armó el «Toro Huatay» o sea un carro o carreta, tirada por bueyes. En la carreta iba el santo, el Mayordomo y las Autoridades. Si pesaría este armatoste es de imaginar; pues, además de sus señorías había abundancia de fruta, panes, achupas y huicundos. Cierta vez se rompieron las sogas y reatas y el carro bajó por la calle de Santa Rosa, felizmente sin mayores consecuencias. Cuando el carro se atascaba, los ayudantes tiraban de las sogas y sacábanlo del atascadero.

La procesión se iniciaba a la salida del templo, por la plaza de armas, seguía por la calle San Bartolomé, calle Santa Rosa, hasta el cruce con la calle San Juan, por ésta a la calle San José y luego por la calle Espinar hasta el cruce con Bolognesi. En el trayecto había altares preparados y profusamente adornados por los vecinos, allí salían a relucir los cuadros, mantas, alfombras y flores. En cada altar se detenía la procesión y se rezaba con mucha devoción, cerca a cada altar había un ángel vestido de blanco que era bajado mediante una soga para echar flores al santo. El Ángel principal estaba a la entrada del templo y derramaba flores a la salida y a la entrada de la procesión. Concluida ésta, el Mayordomo tomaba la Bandera salía del templo en compañía del sacerdote, Autoridades y Principales y en medio de la mayor algarabía, música, cohetes se encaminaba a su casa en cuyo patio plantaba la bandera y convidaba a los invitados a pasar a servirse el «banquete» consistente en «ocho o diez potajes, acompañados de buenos licores y chicha; el último potaje era obligatoriamente el cuy frito con «papucho». En estos banquetes los asientos estaban reservados para los hombres, las mujeres se situaban "detrás y recibían lo que los hombres no alcanzaban a consumir y se lo llevaban a casa, esto consistía el «chañe».

En el patio se atendía al pueblo entero sirviendo de grandes peroles locro de trigo pelado con carne, papucho, carne estofada, mote, chicha y huarapo, servido por los muñidores. Cada cual llevaba su mate y cuchara. Preferentemente eran atendidos los forasteros, no quedaba «uno sin comer». Amenizaban la fiesta los músicos, las pallas y los danzantes. Al término de la comida se realizaba la sesión en la cual se elegía al Mayordomo del año siguiente, aplausos, abrazos y «diana».

Mientras tanto los Caporales que había hecho su centro de operaciones cada cual en su casa, con ayudantes y «veleros» tenían el ganado de lidia encerrado en los corrales. Los encargados de las barreras ya habían cercado el ruedo donde se llevaría a efecto la corrida de toros. Cada caporal era como otro mayordomo: baile, libaciones y comida.

Los palcos ricamente adornados se llenaban de gente. Habían palcos especiales para el Mayordomo, las Autoridades y los Principales. Pronto la plaza se llenaba y lucía multicolor y alegre, todos estaban «chispos» cuando se iniciaba la corrida al son de la marcha torera: «Día de Bravos Si». Desfilaban las cuadrillas de toreros de a pie y de a caballo. Los toros eran de los potreros de Chibane, Cascapuy, Las Quinuas, Huayabamba, Nochapio, etc. Cuando se daba «una buena suerte» había «diana», cohetes y aplauso general. Hubieron corridas en las que se demostró destreza y valentía pero también no pocos revolcones que sin mayores consecuencias, causaban mucha hilaridad. También había enfrentamiento leal con el loro: el torero iba de frente y cogía al animal por las astas. Muchas veces la fiera «paseaba» al torero por el ruedo. Otras veces el toro rodaba vencido por el hombre, entre los que se recuerda hayan hecho esta hazaña está don Bernabé Navarro Chávez. Algunos usaban su pañuelo en lugar de la capa, demostrando suma habilidad. Entre las escogidas espectaculares se cuenta la que hizo un toro de Purunllacta a don Blas Chivane, lo cogió de la faja y «lo paseó un buen rato por toda la plaza», luego, con violenta sacudida, lo «aventó lejos», sin mayores consecuencias, salvo el buen susto y revolcón, por supuesto hubo risa general y diana. Juzgo que el milagroso San Juan no permitió la muerte de tan arriesgados toreros. No he logrado saber de la muerte de toreros en estos menesteres, a lo menos en la fiesta de San Juan. Solamente en Leymebamba falleció don Clemente Sifuentes, «ensartado» al intentar poner el «collar» al toro.

Dos y hasta tres tardes de toros daban oportunidad para prolongar la fiesta; por las noches se organizaban bailes con buena bebida, comida y sabrosos comentarios de las incidencias de la fiesta.
Notas:

El día veintisiete era la despedida de la fiesta, comida y bailes en casa del Tesorero. Allí hacían las delicias el acordeonista don Hipólito Llaja y el violín de Juan Morí. Así terminaba la festividad de Nuestro Patrón San Juan. Hoy sólo quedan borrosos recuerdos.
Al inquirir a mi padre sobre los percances en las corridas de toros, me contó de la muerte de don Jacinto Santillán en los afilados cuernos de un bravísimo toro, eso había sucedido mucho tiempo atrás.
Nota.-Este relato ha sido tomado de su libro:"Hombres de las Nubes,TI.
Don Julio Vega Navarro es natural del Distrito de Uchucmarca,Provincia de Bolívar,Departamento de La Libertad,República del Perú,
FOTO de la Iglesia San Juan Bautista de Uchucmarca en su versión original,que fuera construida en 1692 junto a su torre.Esta última fue demolida por un alcalde irresponsable,que no supo valorar esta reliquia colonial.

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