sábado, 5 de diciembre de 2009

La Casa Embrujada,un relato del distrito de Uchucmarca-Perú.


Autor: Ramiro Sánchez Navarro.

Atardecía el día, Demetrio Cusquipoma, cubierto por el sudor de la fatiga, trataba de salvar la empinada cuesta, llena de altibajos y pedregales. Iba arreando su burro, el cual cargaba con las dos abultadas alforjas y avanzaba con paso cansino a través de la áspera senda. Demetrio paseó la vista por la vasta zona montañosa y observó que el sol trasponía las lomas lejanas, proyectando su luz dorada y débil sobre las faldas de los cerros vecinos. Se encontraba caminando aquel largo y quebrado sendero casi todo el día y aún le faltaba dos días más de tedioso y agotador viaje para arribar a su destino. Entonces comenzó a sentir que las piernas le flaqueaban, agobiadas por el cansancio. Con gran esfuerzo logró dominar la altura. Allá lejos divisó una casa de aspecto triste y solitaria, con techumbre de paja y paredes de tapial. Era el mentado "Tambillo", del cual en más de una ocasión, escuchó hablar a los viajeros sin que éstos dejaran de hacer un gesto desagradable, de espanto y de zozobra a la vez. A pesar de todo, esbozó una amplia sonrisa, pensando en que pasaría la noche bajo aquel techo acogedor, que lo protegería de la intemperie.
¡Qué poca cosa le importó, que sobre esa casa se tejieran las más truculentas historias de fantasmas y aparecidos. Le preocupaba más el hecho de que sus mortificados huesos fueran a dar en algún mullido lecho de paja. Y de ese modo, de un tirón, disfrutar a pierna suelta de un sueño reparador!.
La noche, víspera de su viaje, su mujer, la Micaela Casahuamán, le había dicho a guisa de advertencia:
- Procuras madrugar en la mañana. El aguacero puede cogerte en el camino y entonces tu estarías sin poder encontrar un sitio donde guarecerte. El distrito de Leymebamba está bastante lejos; son 3 días bien jalados. Además yo no quisiera que te quedaras hospedado en esa casa que hay en Tambillo, pues me temo que pueda pasarte alguna desgracia. Allí, como tú muy bien lo sabes, han ocurrido muchas desgracias, desde que sus dueños murieron, asesinados a puñaladas, por unos abigeos. Dicen que esos señores, eran muy ricachones y que parte de su riqueza lo han dejando enterrado en un sitio ignorado, oculto, y desde entonces los fantasmas se apoderaron de esa riqueza. Se ha llevado la mayor y mejor parte el shapingo, que es muy aficionado a la plata.
- Eso quiere decir que la casa está embrujada? - preguntó Demetrio - con vivo interés.
- Así es! contestó Micaela con voz ceremoniosa y grave.
- A mi qué me va a pasar! -repuso Demetrio encarándose con la Micaela- soy hombre trejo, macho! Si de fantasma se trata, llevo la soga de cerda. Le rezo el padrenuestro y si eso no basta lo azoto con la misma soga, doblada en cruz. Verás que eso es un gran remedio para librarnos de los espíritus malignos. En todos los viajes que hasta la fecha he realizado nunca me ha faltado mi buen machete a la cintura y la soga de cerda. No te preocupes por mí, mujer. Verás que nada malo me ha de pasar -Le afirmó con gran aplomo, y sintiéndose muy seguro de si mismo.
Demetrio Cusquipoma llegó con la noche a la casa del Tambillo, que horas antes había divisado desde la altura. Con presteza, le quitó la carga al pardusco pollino y amarrándolo de la mano lo sujetó a un coposo y fornido saúco que se erguía en el patio. En un rincón de la tétrica habitación, caminando a tientas, pudo localizar un fogón. Tras colocar una porción de leña entre las tres humeadas piedras, que componían el tullparumi, encendió la lumbre.
¡Que extraño le resultó aquel desolado lugar! La noche había llegado cargado de negrura y de una densa neblina. A esas horas, reinaba un imponente y profundo silencio en torno a la casa. Aquel silencio era alterado de vez en cuando por el croar de las ranas, en el puquio de la quebrada cercana, de donde los pasajeros se proveían de agua. De cuando en cuando el viento también hacía acto de presencia, soplando con violencia inusitada. A su paso, los árboles de las laderas y hoyadas inclinaban sumisos sus follajes.
Demetrio desde ya se sintió sólo en el mundo. Nunca antes había viajado por aquellos lugares, como hoy, acompañado únicamente de un jumento. Un temor súbito le invadió el cuerpo. Era un temor un tanto vago hacia lo desconocido y motivado, además, por el hecho de saberse solo.
Alumbrado por la luz de la fogata, se encaminó hacia donde se encontraban las dos alforjas. Metiendo la mano en el fondo de una de ellas sacó un atado, envuelto en blanco mantel de tocuyo; era su fiambre, el cuál decidió calentarlo, temeroso de ser víctima de un violento y artero cólico, pues, arriba en la puna, agreste, desolada y gélida, donde nadie vendría a auxiliarlo, el peligro de muerte era una posibilidad real y descarnada.
Afuera el viento, impetuoso y ululante, soplaba y soplaba; en sus furiosos bramidos y gemidos parecía traer voces lejanas; mas, al filtrarse por el hueco de las viguillas azotaba el rostro trigueño y curtido del viajero, alborotando su negra y lacia cabellera; de la cual, un greñudo y rebelde mechón le caía sobre la angulosa frente.
Puesto en cuclillas, el cholo Demetrio alimentaba el fogón con leña chamiza al tiempo que centraba su atención en el interior de la olla, a la espera de que, ésta, rompiera en hervores para luego saborear su contenido y que consistía en una especie de locro hecho con el uchu de papas, el trigo granado y el guiso de cuy, de fiambre.
"Tenía razón la Micaela" -pensaba para si mismo - "pues nunca me he sentido tan solo como hoy. Debería haber atendido sus consejos, pero a naides le pesa antes sino después".

Llegaba a estas conclusiones pensando en sus infortunios. Pero, de inmediato, aceptaba su suerte con aires de resignación. Valiéndose de un cucharón de palo, procedió a llenar de comida su plato. Se aprestaba a dar el primer bocado, cuando súbitamente unas gruesas gotas de sangre tiñeron de rojo el caldo. Demetrio abrió los ojos en forma desorbitada. Con el rostro desencajado y la mirada desconcertada se puso a escrutar hacia lo alto, al terrado, tratando de localizar el sitio por donde habían caído aquellas gotas de sangre, pero por extraño que parezca, todo estaba en calma o al menos aparentaba estarlo.
Aparte de las misteriosas gotas de sangre, ninguna otra cosa denunciaba la presencia de alguien que, en actitud insolente, pretendía privarlo del derecho a saciar su hambre.
Demetrio botó la sopa. Lavó el plato y luego se dispuso a servirse de lo que aún quedaba en la olla de aluminio. Pero de nuevo otra desagradable sorpresa: una troncha de carne, cayendo estrepitosamente en la vasija de cocinar le vino a privar totalmente de la cena.
Por breves momentos el viajero se mantuvo estático, dubitativo. Sus mejillas se encendieron pálidamente y un sudor glacial recorrió por todo su cuerpo. El terrado se cimbró, como bajo el peso de unas poderosas pisadas, y las chacllas o varas de madera, de las que estaba hecho, crujieron igualmente con escándalo.
Una prolongada y sonora carcajada resonó en toda la casa, rasgando el manto del silencio. Demetrio se llenó de horror. Sus negros e hirsutos cabellos se erizaron. Su cuerpo se estremeció con un temblor involuntario, por su frente pálida y descompuesta afloró un sudor frío. Alzó la vista hacia el entretecho y trató de descubrir al impertinente, que le jugaba bromas así de pesadas y crueles.
Una voz grotesca y cavernaria, con tono sarcástico y amenazador se hizo oír:
- ¿Me caigo? ¿Me caeré? ¿La vida o la comida? - Se repetía alternadamente, una y otra vez.
Demetrio, furioso, con el alma herida y mellada por la inesperada privación de sus alimentos y ante la repentina aparición del fantasma, logró sobreponerse del miedo. Armándose de valor decidió enfrentarlo. Con paso resuelto salío puerta afuera en busca de la soga de cerda, la que sujetaba el cuello del redomado pollino hacia un sharpo o poste.
- ¡La vida menos la comida, desgraciado! ¡Mitcha! - vociferó Demetrio con infinita cólera, en el momento de ingresar al tétrico recinto. ¡Ahora cáete pues! ¿No dijiste que querías caerte? ¿Porqué no te caes? - Le espetó y sin pensarlo dos veces se ciñó el machete a la cintura, miró de nuevo hacia el terrado y gritó colérico:
- ¿Porqué no te caes, so carajo! ¡Mitcha! o quieres que te baje a la mala de allí?

Trémulo de ira, esgrimía en su diestra el acerado metal, cuya hoja relucía a la luz de la fogata; en la zurda portaba la soga de cerda. Un silencio sepulcral sirvió de intervalo. El viajero tras haber echado bastante leña al fogón, se quitó rápidamente el poncho granate oscuro y el maltratado saco de dril, con el objeto de adquirir mayor soltura y libertad de movimientos en la pelea. En seguida subió al terrado por la vieja escalera de maguey, cuyos peldaños protestaron ruidosamente al ser pisados por sus llanques.
De una esquina hizo su aparición un bulto, una negra sombra. Su figura semejaba a la de un oso. Era la bestia fantasma que habitaba aquella tenebrosa y misteriosa casa, y que, aprovechándose de la complicidad de las sombras, bajaba del terrado y se devoraba a los huéspedes.
La bestia gruñó y rugió haciendo un ruido de mil demonios. Se abalanzó de lleno al cuerpo de su atacante que con un ligero y felino movimiento, esquivó el brutal encuentro. Entonces la fiera pasó de largo, cayendo de bruces, con la pesadez propia de un fardo pero se incorporó casi de inmediato. Levantándose sobre sus miembros traseros, tendió sus brazos cerdudos, provistos de punzantes garras, con el propósito de colocarlo en el pecho de su adversario, pero éste, le hizo un quite, lo evitó en rápido como desesperado movimiento y de nuevo la bestia fue a estrellarse contra la pared.
Los contínuos movimientos de ambos contendores habían convertido el terrado en una suerte de hamaca, la cual se mecía violentamente, cayendo al piso ruidosamente montones de tierra apisonada.
Demetrio, tras varios intentos fallidos, logró lazarlos y luego lo amarró a una de las vigas. Entonces comenzó a darle de machetazos.
En ese apartado y desconocido rincón de la tierra; cuando a esas horas de la noche, todo el pueblo de Uchucmarca, era transportado a la región placentera del sueño; cuando la Micaela, pensando en su "compañero de toda la vida", como ella solía decir, quizás ya estaba dormida, abrigando una secreta esperanza de que a su ausente marido, nada malo le pasaría en el camino; contrariamente a estos buenos deseos, Demetrio libraba una gran batalla contra la bestia infernal.
El viajero, movido como por un resorte y poseído por la violencia homicida, arremetía con el puñal, una y otra vez, descargándolo implacable e inmisericorde sobre el cuerpo de la bestia fantasma. Su vida, por cierto, pendía de un frágil hilo. Y no queriendo ser una víctima más, se defendía repartiendo machetazos a diestra y siniestra. Después de incesante y duro batallar, al fin lograba clavarle en el pecho su filudo y cortante puñal. Del corazón de la bestia fantasma. Un chorro de viscoso y rojo líquido comenzó a correr a borbotones. El oso, herido de muerte, lanzó un alarido salvaje, mostrando sus agudos colmillos y arrojando sangre y espuma. La soga cedió, después de tanto tira y afloja. Entonces como un saco de piedras cayó al piso. Con la soga en la mano, Demetrio bajó tras la fiera. Cansado de tanto golpearla con el filo del puñal, arremetió de nuevo, propinándole esta vez una lluvia de latigazos con la soga de cerda, la cual había doblado en forma de cruz; ya que, en su creencia, era una arma eficaz, junto al Padrenuestro, para vencer a los malos espíritus, como el que dominaba al oso fantasma.
De un brusco jalón sacó el puñal teñido de sangre, y con el cual siguió haciéndole trizas, picadillo. Tal era su ciego furor, que no cesaba en asestarle golpe tras golpe. Una voz misteriosa y extraña creyó escuchar. Le pareció que provenía de su víctima, pero estaba muerta. Yacía a sus pies, descuartizada, en medio de un charco de sangre, coagulada:
- ¡Basta, basta! ¡Ya está bueno! ¡Ya no me pegues! - Era el clamor que, con gran acento de súplica, creía escuchar. Aquella masa de carne sanguinolenta, poco a poco se fue transformando en algo que semejaba un copo de algodón; pronto comenzó a flotar. Mas, antes de emprender viaje al infinito, de perderse en la oscuridad de la noche, le dirigió estas agradecidas palabras:
- Me voy para el cielo. Me has librado del pecado. Cuando acaeció mi muerte Dios no me quiso recibir en su gloria y echando una maldición sobre mí, me dijo: "Fuiste un pecador, un hombre avaro, a quien la plata corrompió el corazón. Andarás por la tierra penando en busca de tu salvación". Y añadió: Yo necesitaba de un hombre valiente, macho como tú para salvarme. Dios me envió en espíritu puro a la tierra y yo para hacer daño al prójimo tuve que encarnarme en un oso que sólo aparecía durante la noche. Ahora que me has salvado y antes de ir para el cielo, te dejo en recompensa mis talegas de plata. ¡Mañana, cuando amanezca las buscas cuidadosamente; en uno de los rincones del terrado las encontrarás enterradas".
Demetrio luego de haber batallado contra aquella criatura infernal sintió que la fatiga se apoderaba de todo su ser y fue hacia un rincón de la habitación, en donde se alzaba un montón de paja seca. Se hallaba cogiendo una brazada de aquella gramínea, para prepararse una cama, cuando de pronto sintió que sus manos tocaban una cosa blanda y caliente. Era el cadáver de un hombre que, horas antes de su llegada, había muerto asesinado por la bestia fantasma. A Demetrio se le quitaron las ganas de dormir y el resto de la noche, lo dedicó a cavar una fosa, no sin antes aplacar su hambre con los frutos del saúco, a los que engulló con la avidez propia de quien no ha comido en mucho tiempo. Después de enterrar cristianamente al difunto, y asimismo, tras haber encontrado las tres talegas de plata, sintióse de pronto dominado por un gran sopor y una invencible languidez. Con pesadez reclinó su cabeza sobre las talegas de plata, que le servían de almohada y luego se sumió en un sueño profundo sobre el mullido lecho de paja, del cual despertó al amanecer del día siguiente para proseguir el viaje.
VOCABULARIO REGIONAL
Cuy.- Conejillo de indias, animal doméstico rumiante.
Chacllas.- Varas, palos delgados del entretecho, o segunda planta en las casas serranas.
Chamizas.- Leñas delgadas obtenidas de las ramas de los árboles y arbustos secos.
Desgracias.- Desdichas, infortunios; término utilizado en la región como sinónimo de muertes.
Leymebamba.- Pueblo y distrito de la provincia de Chachapoyas, en el Departamento de Amazonas, Perú.
Llanques.- Ojotas, sandalias, hechas con cuero de res o llanta de carro que la gente de la Sierra utiliza para caminar.
Macho.- Valiente, audaz, temerario. Sinónimo de virilidad, masculinidad, hombría de bien.
Mitcha.- Mezquino, tacaño, miserable, egoísta.
Pegues.- De pegar, majar, golpear, castigar, penquear, cuerear.
Plata Blanca.- Monedas de plata metálica que en otros tiempos, tuvieron curso legal y forzoso; en el Perú las había de 9 y 5 décimos y demás denominaciones.
Ricachones.- Término un tanto despectivo con el que se designa a gente opulenta, adinerada pero inculta.
Saúco.- Arbol frondoso y de tallo fofo, propio de las zonas frígidas. Produce frutos que son comestibles. Son de color morado y se dan en racimos, como las uvas, a las que se parecen en su color.
Shapingo.- Diablo, espíritu del mal, maligno Lucifer, Belcebú.
Sharpo.- Poste, estaca.
Tambillo.- Tambo pequeño, posada, pascana, lugar de este nombre.
Terrado.- Entretecho de las casas serranas, que están tapizadas de tierra. Sinónimo de segundo piso, altozano, altillo.
Troncha.- Trozo o pedazo de carne.
Tullparumi.- Rústico y primitivo fogón de piedra.
Uchucmarca.- Pueblo y distrito de la provincia de Bolívar, en el Departamento y Región de La Libertad,República del Perú.
Nota: Este relato fue publicado por primera vez en la Revista Imágenes del Perú y del Mundo,correspondiente a los meses de agosto y setiembre de 1980.Director de esta revista era el periodista Luis Vega Garrido.

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