sábado, 2 de julio de 2016

La caza del puma,un dramático relato del escritor Abelardo Gamarra El Tunante.


LA CAZA DEL PUMA.
(Origen del Rejón de los guerrilleros del Perú).
AUTOR: ABELARDO GAMARRA EL TUNANTE.
Hoy que tan célebre se ha hecho el “rejón” de los guerrilleros (arma del indio) vamos a describir un género de caza, en el  que se emplea el rejón, que, modificado, no es otro que la lanza empleada por los guerrilleros del Centro.
Algunas de las principales haciendas de la provincia de Pataz, en el departamento de La Libertad (Perú), se extienden desde el Marañón hasta lo que se llama  ceja de la montaña, o sea, región desconocida, habitada por los salvajes. La provincia de Pataz es sumamente quebrada, de manera que sus haciendas abrazan montes elevadísimos y llenos de bosques impenetrables. La mano del hombre apenas rosando la hermosísima región hidrográfica del Marañón, ofrece plantaciones de caña, huertas sembradas de café y llena de árboles frutales, entre las que nada hay comparables a sus corpulentos paltos, sus frondosos naranjos, sus variados y hermosos platanares, sus guanábanos y el árbol de la anona, sus limoneros, granados, pacaes, papayos, ciruelos, mángales y otros árboles de la zona tórrida, cuyos frutos exquisitos tienen rival en pocas regiones del Perú.
En las faldas de los montes se encuentran los inmensos potreros para la cría de ganado vacuno, caballar y mular y en las altiplanicies se cría ganado lanar. En la provincia de Pataz la raza indígena presenta contraste bien marcado: la mayor parte de los indios son altos, corpulentos y bien formados, tienen toda la esbeltez del indio cuzqueño y aún hablan una jerga o dialecto quichua: la menor parte es todo lo contrario: son indios “tatacos”, es decir regordetes y chicos, medos idiotas y con cotos tan disformes, que no sería exageración afirmar que hay indio que parece llevar tres melones al cuello.
Atribúyese al agua semejante enfermedad, de la que no se ven libres ni los mismos patrones. La primera de estas dos clases de indio es inteligente, fuerte, listo para el trabajo. Usan el vestido siguiente: en vez de sombrero, bonete de lana con una especie de cola hacia atrás para guardar la trenza que llevan como los indios bolivianos: poncho corto, chaqueta, pantalones hasta la rodilla, polainas y llanques.
Cuando estos indios van al campo llevan  puñal, como el que los marineros acostumbran para sus abordajes y que emplean para cortar las zarzas, espinos, etc., y abrirse paso, y además llevan una vara de chonta, cuyo largo tendrá dos metros y medio, a esa vara llaman rejón y es de agudísima punta y del grueso de las lanzas comunes.
En las huertas del Marañón abundan las culebras e insectos venenosos y las aves de vistosos plumajes y canto primoroso; así como las mariposas que parecen flores de esmalte; y en las quebradas y por las escarpadas faldas de los montes se ve multitud de osos pequeños que se alimentan de frutos y raíces. De vez en cuando, saliendo de las selvas de la montaña, vienen hasta   los potreros partidas de pumas mucho más grandes que un perro Terranova.
La aparición de estos feroces animales produce alarma en las haciendas, porque jamás dejan de devorar a los potrillos, ya a los terneros, ya hacen crueles matanzas en el pacífico rebaño: el cabrío o los chanchos, llegando en muchas ocasiones hasta a rondar de noche alrededor de la casa misma de la hacienda. Es por eso que el indio jamás abandona su rejón, porque se han visto alguna vez acometidos en medio del camino por un puma y dándose el caso de haber sido su víctima.
Una noche de verano, de esos tiempos de ocupación chilena-iglesista, nos hallábamos en una de las más extensas y magnificas haciendas del Marañón; la noche estaba profundamente tenebrosa y alrededor de la mesa, recién alzados los manteles, charlábamos con el hacendado, fumando el magnífico tabaco del fundo y saboreando el café, que nada tiene que envidiar al de Moka; las niñas escarmenando algodón y sentadas en gruesas alfombras de lana, al uso oriental, nos rogaban les refiriéramos algo de este Lima, que a la distancia se presenta como aquellas ciudades encantadas de “Las Mil y una Noches”, ya nos preparábamos a satisfacer el pedido, cuando se presentó en la sala el mayordomo de la hacienda ,con el semblante demudado, y saludando precipitadamente, dijo:
-         Acaba de venir avisar el “repuntero” que han aparecido tres pumas.
-         Hombre, ¿Y eso te asusta?
-         Es,patrón,que en la choza del indio que ayer se fue con las cargas a Huamachuco, se hallaba su mujer, su hijito, más cuatro borregas y su perro; de repente oyó  el repuntero gritos y balidos y que ladraba el perro con desesperación y como vive “quingray” arriba, en la punta de la loma, aunque corrió con su rejón y sin tener tiempo para llamar a nadie, cuando llegó, halló destrozadas y medio devoradas las ovejas y pedazos del reboso y del pollerón de la india y del pañal de su hijo;sangre,pero ni rastro de la infeliz ni de su perro. Correteó en torno de la choza, gritó, llamó y solo vio perderse por la quebrada abajo tres bultos que conoció ser los “liones” (leones).
-         ¡Virgen santa!—exclamaron las niñas, que habían dejado su tarea para escuchar, temblando, la relación del mayordomo---¡ Madre y Señora de Alta Gracia! ¡Qué habrá sido de la infeliz!
-         Que enciendan dos faroles –dijo el patrón, tomen las armas, agregó, dirigiéndose a sus tres hijas, que vengan los muchachos, que saquen a Vampiro, a Rayo, a Huáscar y a la perra Paloma: vamos a buscar a la pobre india.
-         Y que cierren bien la portada de la hacienda, exclamó la más pequeña de las niñas- no se vaya a meter aquí el león, y la pobre criatura temblaba y buscaba refugio en las faldas de su mamá.
-         ¡Madre y señora mía-repetían las mujeres.Oyóse de repente el ladrido de todos los perros de la hacienda como si acometieran a alguien en el patio  y los gritos de los muchachos.
-         ¡El león! – exclamaron las niñas saltando y corriendo a refugiarse en el dormitorio, mientras que, revólver en mano.
Todos los hombres nos precipitábamos hacia fuera. No era el león felizmente sino la india que con su cholito en los brazos y medio desnuda llegaba acezando, pálida y sudorosa. Al verla penetrar en la sala, las niñas la abrazaron llorando y besando al pobre indiecito, que sin saber lo que le pasaba sonreía.
En el momento dieron pollerón y reboso nuevo a la india, sacaron franela para envolver al cholito, la hicieron sentar a su lado y el patrón le obsequió una copa de aguardiente con cascarilla para el susto. Repuesta de su fuerte impresión, continuando el escarmenar y pidiendo nosotros otra taza de café, otro cigarro y otra copita (¡la copita!) para abrigar el cuerpo.
Refirió la infeliz que hallándose dentro de su choza, acostada con su hijo, sintió la llegada de los tres pumas, y como a la entrada de la choza dormían sus ovejas, tomó a su hijo y por entre la matanza, no sin dejar de ser acometida por las fieras, salió y echó a correr, pero en silencio para no ser seguida y habiendo tomado camino distinto al que llevó el repuntero,dando un largo rodeo, después de haber ido a avisar a dos o tres chozas vecinas, corrió a la hacienda.
-          Pues bien Tunante- nos dijo el patrón - mañana tendremos cacería. –Mayordomo – añadió -  prevenga usted a la gente. Diga usted al alfarero que tenga temprano ensillado nuestros caballos, que den de comer bien a los perros, todos van a la caza. Si Dragón está mejor de sus heridas que lo suelten. Yo llevaré mí Combley  saldremos a las; los niños sus carabinas; saldremos a las seis, no deben andar lejos esos pícaros, necesario es batirlos lo más temprano que se pueda: el indio que plante el mejor rejonazo tendrá una potranca y un novillo.
-         Está bien, patrón-dijo el mayordomo retirándose, mientras la señora de casa ordenaba a la cocinera que esa misma noche pelara gallinas y preparara el fiambre, que sacara todo el pan de la alacena y que no olvidara dar al pongo todos los cubiertos necesarios.
Al otro día, a las cinco y media, todo se hallaba listo y el patrón, poniéndose las botas de montar, se echaba al costado pendiente de valiosa cadena de plata, un gran cuerno que contenía tres botellas de cognac, y cuyas chapas, embocadura y copita que servía de tapa, eran de oro. La  jauría se hallaba formada de treinta perros, la mayor parte de ellos Podencos, unos cuantos mastines encastados con “bul” y seis u ocho de esta última raza. Cada perrazo parecía un borriquillo recién nacido, cada cual llevaba un collar de acero y su cadena y era conducido por un criado: los collares son de resorte y pueden sacarse en un momento dado con la mayor facilidad.
En la puerta de la hacienda se hallaban reunidos los indios en gran número, rejón en mano y poncho al hombro, armándose, es decir, chacchando la coca, después de haber tomado su caldito en la choza, unas cuantas papas y algunos puñados de cancha. Cada indio iba acompañado de sus hijos “mayorcitos” como ellos dicen y estos llevaban sus perros canchules, lanudos, feos, flacos, y semejantes a los zorros.
No hay como los talles perrillos como para descubrir el rastros y la guarida de los  pumas. Montados a caballo después de haber tomado café y tostadas, salimos en caravana. Hora y media después, distribuidos en grupos, con seis perros por lo menos cada uno, y no muy distantes unos de otros, trepábamos cerros y faldeábamos y descendimos a profundas quebradas por entre tupidos ramajes, no sin cuidado, para no destrozarnos la cara o despeñarnos.
Los indios caminaban delante y sus perritos esparcidos en todas direcciones, con la nariz pegada al suelo, corrían de aquí para acullá.
De pronto el eco de los montes repercutió el ladrido de más de veinte perrillos que parecían ajochar al puma. Éste apenas siente de cerca a los perros, o se encarama en un árbol, o buscando algún rincón en algún peñasco, se acurruca allí para tener cubierta su retaguardia y dejar que le acometan de frente, jamás huye, evita el peligro. Pero si le ve cerca, se prepara para el combate con valor y tranquilidad.
Lanzamos nuestros caballos en dirección al puma, que aparragado miraba ladrar al sinnúmero de perrillos, que formando semicírculo y a una distancia respetable, le enseñaban sus dientes y su lomo erizado.
-         Campo a los perros-dijo el patrón y soltaron a cuatro de los mejores: Dragón, Rayo, Torpedo y Dinamita.
Luego que el puma vio precipitarse a galope a los cuatro Podencos hacia él, y buscando apoyo en el rincón que había elegido para su defensa, lanzó un rugido, abriendo su boca sanguinolenta y como centelleando sus ojos. Dragón le saltó al cuello, parándose en dos patas como él, y estrechándolo contra la peña, como un hombre que quiere estrangular a su contrario; Rayo le clavó sus agudos dientes, mordiéndole un costado; Torpedo le tomó del otro y Dinamita se apoderó del medio bajo. La sacudida fue terrible; el rugido sordo y ahogado de los cinco animales, el puma sin poder hacer uso de su terrible dentadura, abrazando a su más valiente adversario, le internaba sus garras en el cuerpo por repetidas veces, tratando como de abrirlo en dos; de pronto vino al suelo patas arriba y fue arrastrado fuera de su escondite: el diestro rejonazo acababa de traspasarlo.
-         Dos perros más sobre él ¡muchachos!
Vampiro y Tiburón partieron como un rayo y en minutos más ahogado el puma y desgarrada sus entrañas. Era como un toro que arrastran después de la puntilla. El combate había terminado, los Podencos dejaron a su víctima y los rastreritos se aproximaron sin temor a olfatearlo. Fatigados los perros fueron al lado de su amo y se tendieron en el suelo lamiéndose sus heridas. Se les medicinó y pasaron a descansar. Descuartizado el puma y sacándole el sebo y el cuero, continuamos la cacería. Media hora después el ladrido de los perritos nos anunció una segunda descubierta y nos precipitamos. El puma se había encaramado en un elevado y corpulento “pate” y como de un balcón contemplaba a la chusma bullanguera.
-         Aquí de los rejones- dijo el patrón, y los indios fueron corriendo  y colocándose en un solo lado y a una distancia conveniente, tomando a dos manos el rejón, lanzaron como flechas esas agudas armas, muchas de las que chocaron en el aire, quedando no pocas clavadas en el cuerpo y atravesando al animal, le trajeron al suelo, diósele fin en tierra con un balazo y se le desolló.
A las doce del día los tres pumas eran nuestros y en la vaquería más cercana eran colgadas sus cabezas entre muchas. El patrón ordenó que se le diese de comer a toda la perrada carne seca de vaca en mazamorra de maíz.

Hacia la caída de la tarde regresábamos a la casa de hacienda y las niñas nos aguardaban en la loma, de donde se divisaba todos los caminos, vestidas con sus trajes de percal, sus pañones de hilo de ancha y bordada red, y sus sombreritos de paja blanca, bordeados de terciopelo, con hermoso listón; los niños correteaban saltando ni más ni menos que los cabritos, que volvían conducidos por sus pastores al corral, y las criadas de pie junto a sus señoras, con la rueca al cinto, mirando a los caminos, daban vuelta al  “piruro” schuccsho” (uso) con la hebra que debía de servir para el vestido de sus hijos.(Tomado de su libro "Rasgos de Pluma",editado en1902.)
Escena de la caza del puma.

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